martes, 16 de febrero de 2010

Palabras para el asombro

Esta mañana temprano, un rayo de sol entró por mi ventana despertándome suavemente; no parecía un día cualquiera. Me levanté como siempre, pero hoy esa luz me atraía sobremanera.
Me asomé al balcón, las plantas de mis canteros habían florecido brindando un espectáculo de diferentes tonalidades; cada una de las margaritas, las caléndulas, las gardenias, me hablaban de esperanza, de un futuro mejor.
El aire refrescante que respiraba inundaba mi alma de infinita nostalgia de mi niñez.
Quedé ratos largos impávida, inmóvil, sólo respirando y dejándome llevar por las caricias tiernas de un amanecer claro, puro, cálido.
No quería perderme de nada. El silencio matutino me embriagaba de paz, ternura, amor.
Misterios de la vida: nacer, crecer, reproducir y morir. Parece tan sencillo, tan simple y sin embargo ya antes del nacimiento somos engendrados con una marca que llevamos dentro durante una vida,
Dichoso aquél que atesora cada acontecimiento para crecer en sabiduría!!
Sin darme cuenta del tiempo transcurrido inmersa en mis pensamientos, la campana de la Parroquia cercana comenzó a sonar: dulces melodías llegaron a mis oídos, las que me llevaron de nuevo a recuerdos muy guardados, el violín de mi abuelo y el piano de cola de mi abuela que armonizaban plenamente en acordes bellos, placenteros, que nos hacían vibrar, emocionarnos, disfrutar.
De pronto una vocecita diciéndome "mami", me volvió a la realidad. Era mi hija, mi solcito, como siempre le digo por la alegría que transmite, por las energías que desborda, la fuerza que nos empuja hacia adelante, que no nos permite estancarnos.
Los días que precedieron habían sido duros, de angustia, dolor, impotencia, parecían no tener fin.
Fue entonces cuando descubrí que ya no sentía dolor sino que se había transformado en paz, armonía, amor.
Cómo pudo ser algo tan común, tan simple como el sol, una flores, unas campanadas, me habían cautivado, habían transformado mi dolor en alegría, mi pesar en perdón, en alivio y tranquilidad.
Mi alma al fin se sentía liberada de tormentos...

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